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Benetroessere

Incluso me compré una camisa de Etro, puro diseño italiano de un tejido que ni siquiera sabía que existía. Pensaba que era una buena manera de acabar con 2019, que aunque había sido mucho mejor que 2018, había que abrir una nueva etapa en la que estaba convencido de que todo iba a cambiar. Repito: estaba convencido, porque sin convencimiento nada es posible.

La primera noche del año no fue premonitoria en ninguno de los sentidos. Rodeado de amigos, allí donde solíamos gritar, pensé que 2020 no podía empezar de mejor manera, pero fue un espejismo. Noticia tras noticia, día a día, semana a semana, vivimos incrédulos pegados al twitter, a la TV o a la radio, comprobando como la pesadilla podía complicarse si tardábamos un minuto más en despertarnos.

Y así estamos. Antes de la tregua del verano, sin masa muscular y con la rodilla reclamando una nueva sesión de PRP, ya había aprendido mucho más de mí y de mis circunstancias que en los treinta años anteriores. Ya sabía qué y quién tendría que acompañarme en la vida y quiénes lo fueron circunstancialmente.

También supe qué es lo que quiero ser de mayor y me di cuenta de que no tengo el valor para salir de la rueda del hámster en la que me encuentro, porque he llegado tarde, muy tarde a la decisión, y ya no puedo salir en busca del tiempo.

Suena Dorian: «Sigo el rastro de un amanecer y si quieres verme vas a tener que explorar esos desiertos que no puedo abandonar…» Más tarde que pronto volveré allí donde solíamos gritar y es que el grito siempre vuelve y con nosotros morirá, frío y breve como aquel verso de Love of Lesbian.

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