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De cuando éramos felices y no lo sabíamos

Ni te das cuenta y ya se te ha escapado entre las manos y solo vives de recuerdos, por mucho que te avisen y que lo intuyas. Al final la vida, tu vida, la puedes resumir en una selección de imágenes en tu cabeza que puedes proyectar durante un minuto, dos a lo sumo. Y en función de la secuencia que elijas, puedes ser el protagonista de una comedia, un drama o un vodevil, siempre en función de tu estado anímico. Siempre es así.

Lo importante, aunque tampoco sabes cuándo se va a producir, es disfrutar de cada uno de esos grandes momentos. Pero recuerda: nunca sabrás cuándo se producirá “el momento”, ese instante que perdurará en la memoria y que te marcará para siempre. 

Y aunque tengas visualizada esa situación, aunque sepas que no puedes perder el tiempo en nimiedades, porque la vida es un viaje abrumadoramente corto, llega un día en que lo vuelves a echar todo a perder sin saber muy bien cómo y vuelves a las andadas, a ver problemas inexistentes, a no ser empático y a volverte a enredar, sin saber cómo, en una situación que no interesa a nadie. Sé que todo forma parte de un proceso, de un proceso de reconstrucción después de la tormenta perfecta.

Suerte que siempre aparece alguien que te hace ver las cosas que tú ni intuyes, que te enseña a mirar con otros ojos y puedes volver a reconducir nuevamente el rumbo, como si de un ordenado GPS se tratara.

Y si no aparece esa persona, surge una situación que te ayuda a resituarte en el punto preciso. En mi caso fue la visión hace unos días de ‘5 lobitos’, que fue un revolcón de adrenalina, una regresión al pasado, a aquellos días en los que también eras feliz pero no lo sabías, porque tu perspectiva era otra:

Aún recuerdo aquella mañana de principios del 92, cuando muy temprano sonó el timbre de casa. Sabía que era ella. Recuerdo su mirada y cómo adivinó lo ocurrido sin que yo abriera la boca.
Como un rayo, fue a buscar a Aina, comprobó su temperatura corporal, la acurrucó entre mantas y conectó la esterilla eléctrica. Automáticamente el bebé dejó de llorar. Diez horas después seguía sumida en su bendito letargo.

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