Sin poder salir del laberinto en el que se encontraba, decidió subir la escalera y liberarse. Por el camino, pensó en cuántas preguntas sin respuesta tenía y porqué su estado general circulaba entre el abatimiento y la tristeza.
Ya hacía muchos meses que el frío se había instalado en su mente y que su único refugio era una capucha para pasar inadvertida en un rincón del desvencijado sofá. Allí veía pasar el tiempo, en una duermevela infinita, esperando los días en los que tenía visita con su terapeuta para aumentar su coraza, y también para liberarse de las miradas de sus allegados, que ya no sabían cómo actuar ni qué decir para poderla animar.
Todo había empezado mucho antes. Una imagen distorsionada en el espejo, un plato con la comida mal repartida, un pliegue en alguna zona del cuerpo… Descubrió la stelvia y aprendió a contar calorías, mientras poco a poco se iba apagando. El fiel de la balanza era el del IMC, la terapeuta parecía no dar con la tecla, la desesperación se apoderó de todo…
Seguía en el bucle. Decidió subir la escalera, abrió la ventaja de la buhardilla, observó la distancia hacia el suelo y lloró. Por una vez comprendió todos los sinsentidos. Desde aquel momento, el camino de vuelta fue muy sencillo.