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Qué pienso cuando voy en bicicleta

Poco a poco las pulsaciones aumentan, los gemelos avisan, los cuádriceps se quejan. Pero todo va bien. Siento el frío en las bajadas y un calor intenso cuando se empina la carretera. Cuatro, cinco, seis, ocho por ciento. El corazón se desboca.

Compruebo, aunque ya lo sé, que no quedan piñones más grandes y solo me queda concentrarme en cuánto queda para coronar. Tres kilómetros, dos, uno, ahora ya solo unos metros. Clic, clic, clic. Subo piñones, se estabiliza la respiración.

Ahora no pierdo de vista la rueda delantera. Una luz intermitente bajo el sillín. Derecha, izquierda, cinco, diez, veinte kilómetros….

Mientras todo eso funciona, la cabeza está ocupada, no queda margen para nada más. Las piernas duelen, la liberación de ácido láctico se compensa con el ‘flow’ que te da ese cóctel de endorfinas, dopamina y serotonina que te transforma y que te hace olvidar todo lo demás. Es la mejor medicina.

Ochenta, noventa, cien…

La foto es de Florencia Potter

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