pepa

Todo está bien, mama

Dispuesta, enérgica. La recuerdo con los rizos en la cara, la bata arremangada y siempre arriba y abajo, dirigiendo el tráfico de casa. Nunca se quejaba. Por los horarios demenciales de trabajo del señor Pegaso, se tenía que vestir muchas de veces de padre, asistir a las reuniones del cole, preocuparse por el día a día de sus dos hijos, llevar su casa, que en realidad era la de su suegra, y con el otro ojo mirar que todo fuera bien en la de su madre.

Recuerdo el olor de café por las mañanas en la minúscula cocina de casa, los optalidones encima del mármol y la radio encendida con un programa de felicitaciones. Radio Reloj de Radio España creo que se llamaba la emisora.

Éramos felices a pesar de que la economía no estaba para tirar cohetes. Mis padres no iban de vacaciones y los meses de agosto, mis tíos eran los que nos acogían en la casita de la playa, hasta que tiempo después también nos lo pudimos permitir.

Todo fluía. Mi padre se deslomaba a hacer horas y ella ejercía de directora general, de cocinera y de psicóloga, además de controlar las finanzas, que luego facilitaban pequeños extras. Mítica es su frase: «Pedro, esas mil pesetas me las paseas«, dirigida a mi padre.

Gracias a ellos, sus dos hijos se licenciaron en la Universidad; y cuando llegaron las nietas, nos ayudaron siempre con Aina y con María. Pepa desbordaba carácter y energía a partes iguales. No sé cuando todo se empezó a torcer. La primera vez pensé que se trataba de un despiste cualquiera, hasta que me di cuenta de que era el primer paso en un camino sin retorno.

Ahora vive en su mundo. Piensa que sigue cocinando, que lleva la casa, que decide en el día a día. A veces piensa que cada vez hay más coches por las calles , otras llora, en ocasiones se alegra de que María haya salido adelante, y te llama por teléfono, a veces cada cinco minutos para decirte que cada vez hay más coches por las calles o para preguntarte qué tal está María. Todo está bien, mama.

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