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Un ejercicio de autoengaño

Hoy podría hablar sobre eso. De la necesidad de salir del laberinto, de por qué intuyo que solo tiene una puerta de entrada, de ansiolíticos, de sesiones de terapia, de sueños en colores, de imágenes que se repiten. Os podría explicar cómo sentirse bien escondiendo la cabeza debajo de las sábanas o de cómo la benziodiazepina te deja sin ganas de nada

Pero no lo voy a hacer. Voy a pensar en que llega de nuevo el buen tiempo, de que mantengo el estado zen a base de pedalear, del valor de la amistad y de la vida… O de que pronto va a cumplir un año de todo y mientras solo me queda el consuelo del autoengaño.

La foto es de Tyler Nix

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1 comentario en «Un ejercicio de autoengaño»

  1. Con los amigos a veces cuesta quedar. El ritmo de la vida va dificultando el encuentro con ellos. Ayer recibí un whatsapp de mi amigo Javier: “Hola!. Pronto hará 1 año que Euse se nos fué… ¿te va bien quedar un día de estos para tomar una cervecita?”. “Joder, cómo pasa el tiempo… La semana que viene la tarde que quieras”. El ritmo de la vida no se interpone en una ocasión como ésta.
    Comparto contigo la sensación de ausencia por nuestro amigo, la sensación de absurdo, de putada, de ficción si me apuras (porque parece mentira). Vernos y quedar para una cervecita, como habíamos hecho con él, es una forma de compartir su ausencia cobijada en nuestro encuentro, en su recuerdo, en las sensaciones, en su forma de reír y en su forma de ser que de alguna manera permanece entre nosotros. Supongo que espontáneamente brindaremos por él golpeando los vasos y su presencia entre nosotros se descodificará de nuevo y se hará persente.
    De pequeño, o tal vez ya de joven (soy del mismo año que nuestro amigo común) veía un programa de tradiciones populares llamado “Raíces” (en la segunda cadena cuando la segunda era la segunda de dos). En uno de ellos una anciana comentó que se le había muerto un hijo pequeño y que lo pasó muy mal, pero en el momento en el que la alegría de haberlo tenido, de haberlo querido y de haberlo amado fue más fuerte que la pena por haberlo perdido se sintió mucho mejor e incluso aprendió a quererle mucho más después de todo.
    Aprendamos a hacerlo como lo hizo ella ella. Por nosotros. Por él.
    Un abrazo, Paco.

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La frase

Quizá la muerte existe porque es la única manera de saber de forma exacta cuánto querías de verdad a alguien