a suitcase on a shelf

De cómo y cuándo hacemos las maletas

Nunca me ha gustado hacerme la maleta. Era algo que siempre dejaba para última hora, porque pensaba/pienso que hacer el ejercicio de escoger lo que tienes que llevarte a un viaje es una manera de empezar a despedirte. A mí nunca me han gustado las despedidas.

Sin embargo, con el tiempo he aprendido a hacer las maletas con más tranquilidad.

Esta manera de pensar seguro que tiene que ver con mi trabajo, con las decenas de coberturas que he tenido que cubrir, por la cantidad de veces que he tenido que hacer y deshacer las maletas.

También está relacionada con la necesidad de pensar que otra vez tendría que estar lejos de casa, lejos de los míos, echándole muchas horas al día durante unas cuantas semanas, preparando las maletas.

Cuento esto porque hace unos días leí que el contenido de los objetos que incluyas en tu maleta para un viaje dibuja tu manera de ser, muestra tus circunstancias y hasta tus inseguridades, y esto se refleja en cómo decides hacer tus maletas.

Si llenas a tope tus maletas, ocultas el miedo a enfrentarte al vacío, a perderse algo, o incluso demuestra tu incapacidad de elegir.

Eso es lo que ocurre, según esta teoría, si llevas más objetos de los necesario por “si pasa alguna cosa”. Se ve que es un reflejo al miedo a lo inesperado, lejos de su zona de confort.

Maletas ligeras o pesadas

Yo soy más de hacer la maleta a última hora y a llenarla poco. Según diferentes teorías, esto revela libertad y desapego, pero también una forma de negación. Vamos, que necesito poco.

Pero es tan importante considerar si la maleta la cargas mucho o poco como si la haces con mucha o con poca antelación.

Ya os lo he dicho, siempre lo dejo para última hora, al contrario que mi estimada Lucy, que piensa y repiensa qué poner en su maleta durante días antes del viaje.

Prepararla con mucha antelación refleja, según la teoría de Christian Richomme, la necesidad de controlar todo, pero también la existencia de “ansiedad ante lo desconocido” y de “planificarlo todo” para no dejar ni un resquicio a la sorpresa.

Por el contrario, si eres como yo y dejas tu maleta hasta última hora para llenarla, denota una negativa a comprometerse o también una forma de negación de la realidad del viaje.

Puedes estar más o menos a favor de todas estas teorías, pero lo que resulta evidente es que mi maleta puede ir más o menos ligera.

Lo que ha ido aumentando cuando vas cumpliendo años es el volumen de tu neceser.

Y al hilo de todo ello, me ha venido a la cabeza una novela: “Maletes perdudes”, un magnífico ejercicio narrativo de Jordi Puntí, que leí hace un tiempo.

En Christof, en Christophe, en Christopher i en Cristòfol són germans, però no es coneixen entre ells. Fills de quatre mares diferents, viuen a Frankfurt, París, Londres i Barcelona. En Gabriel, el seu pare, els va abandonar quan eren petits. Un bon dia, quan es fa oficial la seva desaparició, el secret surt a la llum i els germans es troben. Tot i que fa dues dècades que no en saben res i l’han oblidat, decideixen buscar-lo per resoldre els seus dubtes ¿per què va marxar per sempre?, ¿per què porten tots el mateix nom? Els cristòfols, doncs, refan pas a pas la vida del seu infantesa en un orfenat, la joventut en una pensió i, sobretot, els viatges com a transportista de mobles per Europa al costat de dos companys de fatigues inoblidables, en Bundó i en Petroli. Maletes perdudes narra els destins encreuats d’aquesta família impossible, i només la intervenció dels quatre fills dóna sentit a la galeria de personatges que desfilen per aquestes pà vides descosides i abonyegades com les maletes que es perden pel camí.

La de Foto de Markus Spiske en Unsplash

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