Bromeaba, le tomaba el pelo, me reía mientras caminábamos por el sendero de grava. Se prestaba al juego. Colaboraba buscando alguna anécdota divertida que hubiéramos compartido. Se le animaban los cortos pasos de viejo. Las tardes en que me acerqué a verlo al Hôpital Saint-Louis parecía que cicatrizaba la herida que habían dejado nuestros desencuentros (maintenant, on s’aime comme des bons amis), y que incluso quedaba en suspenso la enfermedad. Un halo inocuo flotaba entre los rayos del sol de invierno del que habiamos disfrutado sentados en un banco del jardín. Pero cuando llegaba el momento de la despedida, se plantaba inmóvil ante la puerta y fijaba en el vacío aquellos ojos amarillentos que se le encharcaban, los dos sabíamos que la tregua había concluído: ni el mal renunciaba a su trabajo, ni mis visitas le producian consuelo. Lo decía su amiga Jeanine: sufre cuando te ve, le traes los recuerdos, echas sal en la llaga. Me marchaba de allí sin volver la cabeza y buscaba alguno de los bares de République para tomarme un par de calvados.
Descubrí tarde a Rafael Chirbes y lo hice a partir de ‘Crematorio‘, una historia sobre las verguenzas de la corrupción, que habla de la delgada línea entre existente entre el poder y la corrupción, de amistades peligrosas, del auge y la caída, una historia del Levante, de esa realidad que siempre ha existido y que solo hace unos meses ocupa las páginas, las imágenes y los minutos de los grandes medios.
Para mi Chirbes era hasta hace poco, un cronista de la España ácida, un tipo que ponía la lupa y despertaba conciencias, si es que en algún momento se lo había propuesto.
Acudí a ‘Paris-Austerlitz‘ sabiendo que era una novela póstuma, de esas que reposan en un cajón y que durante un par de décadas se retoman, se corrigen, se amplían, se tachan palabras y se reescribe. La sorpresa es comprobar ese registro que no esperaba, esa historia que podría ser autobiográfica, pero que no importa que lo sea.
En la novela, Chirbes nos describe el amor como una trampa mortal sin matices y desde todos los ángulos. Es la historia de la relación entre un joven pintor y un trabajador de una fábrica, una relación delicada y cruda donde el privilegiado lector observa las precisas descripciones de Chirbes desde una particular mirilla, desde la que se sorprende, siente envidia y se indigna.
En 153 páginas, nos cuenta una historia que seguramente es la suya y no nos deja indiferentes. Parece ‘Paris-Austerlitz’ el armazón de una gran novela inacabada que se resuelve sin pausas en las últimas cinco páginas. Son las prisas de la vida, las de la muerte o las de ese amor que sabemos imposible desde el primer momento.