«La sombra del viento» es de los pocos libros que he releído y junto con «El corazón helado«, de Almudena Grandes, mi novela favorita. Carlos Ruiz Zafón tiene el mérito de meterte en una historia y de no dejarte escapar, te atrapa y te inocula el síndrome de no-poder-dejar-de-leer-ni-un-instante lo que propone, un regalo desde la primera página que nunca me ha decepcionado.
Pero más allá de las historias, están las frases que nos ha dejado, que por sí mismas construyen su universo. Durante mucho tiempo me dediqué a coleccionarlas, garabateandolas en una desgastada Moleskine que estaba perdida en un cajón.
Son lecciones de vida, habla de los recuerdos, del desamor, de las relaciones interpersonales, de la esperanza… Con el tiempo, como pasa siempre, valoraremos aun más la prosa, pero también lo que Ruiz Zafón nos transmitió a través de sus novelas. Historias de antes y de ahora, historias con imágenes y con sonido y que tienen su cénit en este fragmento:
Un laberinto de corredores y estanterías repletas de libros ascendía desde la base hasta la cúspide, dibujando una colmena tramada de túneles, escalinatas, plataformas y puentes que dejaban adivinar una gigantesca biblioteca de geometría imposible. Miré a mi padre, boquiabierto. El me sonrió, guiñándome el ojo.
—Daniel, bienvenido al Cementerio de los Libros Olvidados.
Salpicando los pasillos y plataformas de la biblioteca se perfilaban una docena de figuras. Algunas de ellas se volvieron a saludar desde lejos, y reconocí los rostros de diversos colegas de mi padre en el gremio de libreros de viejo. A mis ojos de diez años, aquellos individuos aparecían como una cofradía secreta de alquimistas conspirando a espaldas del mundo. Mi padre se arrodilló junto a mí y, sosteniéndome la mirada, me habló con esa voz leve de las promesas y las confidencias.
—Este lugar es un misterio, Daniel, un santuario. Cada libro, cada tomo que ves, tiene alma. El alma de quien lo escribió, y el alma de quienes lo leyeron y vivieron y soñaron con él. Cada vez que un libro cambia de manos, cada vez que alguien desliza la mirada por sus páginas, su espíritu crece y se hace fuerte.
Hace ya muchos años, cuando mi padre me trajo por primera vez aquí, este lugar ya era viejo. Quizá tan viejo como la misma ciudad. Nadie sabe a ciencia cierta desde cuándo existe, o quiénes lo crearon. Te diré lo que mi padre me dijo a mí. Cuando una biblioteca desaparece, cuando una librería cierra sus puertas, cuando un libro se pierde en el olvido, los que conocemos este lugar, los guardianes, nos aseguramos de que llegue aquí. En este lugar, los libros que ya nadie recuerda, los libros que se han perdido en el tiempo, viven para siempre, esperando llegar algún día a las manos de un nuevo lector, de un nuevo espíritu. En la tienda nosotros los vendemos y los compramos, pero en realidad los libros no tienen dueño. Cada libro que ves aquí ha sido el mejor amigo de alguien. Ahora sólo nos tienen a nosotros, Daniel. ¿Crees que vas a poder guardar este secreto?
Mi mirada se perdió en la inmensidad de aquel lugar, en su luz encantada. Asentí y mi padre sonrió.
Advertía de que nunca tenías que fiarte de nadie «especialmente de la gente a la que admiras», porque «ésos serán los que te pagarán las peores puñaladas» y no comprendía por qué “la gente se complica la vida, como si no fuera suficientemente complicada”.
Ruiz Zafón, que también es de 1964, se lleva mal con los recuerdos, pero ya os advierto, es algo que irá creciendo en vuestro subconsciente con el tiempo, porque a mi me pasa igual. «Pocas cosas engañan más que los recuerdos» que son «peores que las balas», dice.
Comparto unas cuantas reflexiones anotadas desde hace tanto tiempo, que algunas hasta tengo que adivinar su contenido:
- «La gente que no tiene vida siempre se tiene que meter en la de los demás”.
- “Las personas estamos dispuestas a creer cualquier cosa antes que la verdad».
- “El tiempo me ha enseñado a no perder las esperanzas, pero a no confiar demasiado en ellas, son crueles y vanidosas, sin conciencia”
- «En el momento en que te paras a pensar si quieres a alguien, ya has dejado de quererle para siempre».
- «Y conserva tus sueños. Nunca sabes cuándo te van a hacer falta».
- «Solo se quiere una vez en la vida, aunque uno no se dé cuenta».
- «Las palabras con las que se envenena el corazón se quedan enquistadas en la memoria, y tarde o temprano queman el alma».
- «No hay segundas oportunidades, excepto para el remordimiento».
- «Yo creo que nada sucede por casualidad, ¿sabes? Que, en el fondo, las cosas tienen su plan secreto, aunque nosotros no lo entendamos… Todo forma parte de algo que no podemos entender, pero que nos posee»
- «Querido Daniel, cuanto antes usted se dé cuenta de esto, mejor: Nada en esta cochina vida vale dos duros si no tienes alguien con quien compartirlo».
- «Nada existe hasta que lo ves, así como no existes para nadie que no te ve».
Y para el recuerdo nos quedará siempre aquella ruta literaria que hicimos por la Barcelona de Zafón, por las escenas de aquellas novelas que no olvidaremos nunca, como tampoco aquella tarde entre amigos.