Tu trabajo es tan vocacional que lo has dado todo y durante tanto tiempo que no tienes prácticamente conciencia de la dedicación que le dispensabas, te sientes bien, realizado, reconocido, más externamente que internamente, y te da igual a lo que tienes que renunciar, no te importa… Hasta que se produce un clic en tu interior por las razones que sean y ves las cosas desde otra perspectiva.
Pudo ser la pandemia o un problema personal grave, o puede ser una combinación de ambos. Al final te das cuenta de que lo has dado todo, has llegado el primero, y te vas el último, has parado la motocicleta para atender una llamada de móvil, aparcas en casa la cena para abrir un correo electrónico y muchas veces comes (o cenas) con el portátil al lado.
Superas de largo las horas de dedicación, te preocupas para que todo esté perfecto, gestionas un grupo, estás pendiente de la recepción de facturas, de valorar las colaboraciones, de que la rueda nunca se detenga…
Pero en el momento en el que aparece el clic, ya todo va a ser diferente. Servirá para que abras los ojos, para darte cuenta de que has sido una parte del engranaje, un tonto útil, sin más. Nunca han tenido en cuenta ni tu valía ni tu dedicación, te darán largas sobre tus reivindicaciones económicas, que nunca atenderán. y te das cuenta de que han jugado con tu vocación y con tu sentido de la responsabilidad.
Has sobrepasado de largo las horas de dedicación y tu salario no tiene nada que ver con tu día a día. Acudes a un terapeuta ante la primera señal de ansiedad y te abre los ojos. Aprendes a relativizar, a darle otro sentido a tu vida, a preocuparte de lo que te importa. Desconectas y puedes dormir. No vas a parar la motocicleta para atender ninguna llamada, porque entiendes que la urgencia es una prioridad siempre para los otros, y empiezas a respirar, llenas los pulmones de aire y exhalas poco a poco y empiezas a ver las cosas de otra manera.
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