Hablamos de la vida, de la suya y de la mía. Antes de empezar a pedalear, recordamos entre risas los viejos tiempos, aquel día en el que por primera vez me invitó a ir en bicicleta para recuperarme de una operación de rodilla.
Hablamos de libros, de series de televisión, de los hijos, de su próxima velada en el Liceu, de ópera y también del futuro, de su futuro. Mientras pedaleábamos vi como su mirada se iluminaba, porque después de tanto tiempo, de tantos palos, veía cómo su anhelo estaba muy próximo a cumplirse.
Seguramente era mi mejor amigo, un tipo al que siempre tenía a mi lado en los buenos y en los malos momentos aunque hiciera semanas que no cruzara una palabra con él.
Era una buena persona que lo daba todo, que te lo ponía todo fácil. Un amigo incondicional, un tipo educado, amable, una persona genial, fiel, de esos que siempre querrías tener a tu lado, de aquellos que te marcan, de los que dejan huella, un tipo al que nunca olvidaré y que tendré presente cada día de mi vida.
Aquella mañana de primavera estará para siempre grabada en mi mente. Aquel segundo infinito en el que el tiempo se detuvo, martilleará mi cabeza de por vida y todas mis preguntas se quedarán sin respuestas.
Atrás nos quedarán los recuerdos, esos momentos compartidos que nadie nos podrá robar, esas horas que pasamos juntos sin saber que eran las últimas.
Amigo, nos has dejado huérfanos y sin lágrimas. Te has ido y ya no volveremos a disfrutar nunca más de tu compañía, lo que nadie nos va a quitar nunca son los recuerdos y el privilegio de tu amistad. Descansa en paz, Euse.
La foto es de Eulàlia Gil