«Hablamos de la vida, de la suya y de la mía…«
Así empezaba el primero de los primeros 24 textos que escribí en los primeros nueve meses después de la muerte de mi amigo Euse en mis brazos. Fue el 16 de marzo de 2018. Habíamos salido a pedalear, sin ninguna exigencia, por la serralada de Marina.
Llegamos hasta La Conrería, paramos para avituallar, cargamos nuestros bidones de agua y un ciclista nos preguntó cuál sería nuestro recorrido. Cuando supo que íbamos a subir por Sant Jeroni de la Murtra, nos dijo que ese sería el momento más duro del recorrido. Fue premonitorio.
Por el camino, Euse confundió a un ciclista con uno de sus cuñados, con Pep Vinyals. Pep es bombero y fue uno de los primeros en llegar al lugar del accidente. Su cara se transformó cuando presenció la declaración de la Guardia Urbana y luego me preguntó por el nombre de la persona que yacía en el suelo.
Al pie de Sant Jeroni, Euse me contó la historia del convento, su última lección. Prácticamente al final de la subida, me dijo que tenía mucho calor. Paramos, le recogí el paraviento y una mochilita, y seguimos a ritmo suave.
Antes de una subida un poco más pronunciada, me adelanté y decidí esperarle. Llegó empujando su bicicleta Zeus, exhausto, y cayó desplomado. El momento me engulló, intenté reanimarle, llamé a emergencias, pero no había cobertura; apareció un ciclista, que vista la situación, se vio superado por la misma y decidió no pararse.
Intenté que su corazón recuperara el latido, aunque no lo conseguí. Otro ciclista me ayudó en aquel momento, pero el masaje cardíaco no funcionó. Llegaron las asistencias, había pasado demasiado tiempo, porque todo lo que supere de diez minutos en estos casos es demasiado tiempo.
No pudieron hacer nada, revivo el momento y recuerdo la llamada a mi mujer. No entendía nada. Recuerdo la llamada a alguno de mis amigos, recuerdo que el teléfono de Ana sonaba, pero nadie descolgaba. Fue un viernes, de eso hace cinco años.
Mi vida desde entonces ha sido complicada. La pandemia aceleró un proceso de ansiedad latente después de este suceso. La química me desconectó y permitió alejar pensamientos de culpabilidad que me persiguieron durante muchos meses, demasiados. Después necesité terapia, con dos psicólogos diferentes -a uno de ellos todavía sigo viéndole- y pasé por un periodo largo de baja laboral.
Empecé a levantar cabeza cuando tuve ánimo para volver a escribir y a completar un libro sobre Jesús Rollán que llevaba tiempo preparando con Alberto Martínez. En todo ese tiempo, parece que haya vivido diferentes vidas: la de antes del suceso, la de después y la de la reconexión después de la baja laboral.
Por mucha buena voluntad que le ponga, noto que últimamente algo no va bien. Le doy demasiadas vueltas a las cosas, estoy irritable y me molesta la actitud de algunas personas, pero sé que todo es pasajero y que las cosas volverán a su sitio.
Siempre escribo para mí, textos como este no encontraréis en mi blog, donde hay exactamente 236 entradas. Este 16 de marzo de 2023 quería recordar a mi mejor amigo, cuando se cumplen cinco años de su muerte. Yo sentí en mis brazos su último suspiro y creo que aún no he acabado de despedirme de él. Carpe diem, amigo.