Los escritores son famosos por descubrir cosas que los distraigan de su trabajo.
Recordé una historia sobre un colega del Times de nombre Meyer Berger, quien después de quejarse de manera interminable ante su esposa por su incapacidad para terminar un artículo para una revista, la oyó decir una mañana que lo iba a dejar solo en el apartamento por el resto del día y que cerraría la puerta con llave al salir y se llevaría también la llave de él.
La esposa le dijo que cuando regresara, en la tarde o al anochecer, esperaba que hubiese terminado su artículo y agregó que no tenía nada más que pensar, pues ella ya se había ocupado de todas las tareas domésticas; había lavado los platos del desayuno, le había preparado el almuerzo y había limpiado el apartamento; hasta las ventanas habían sido lavadas, de lo que se había encargado un día antes una compañía especializada. Ocho horas después, cuando la esposa regresó, encontró a su marido sonriente y aparentemente complacido de tenerla en casa. Sin embargo, descubrió que aunque no había escrito ni una página, todas las piezas de plata que tenían estaban organizadas en la mesita auxiliar o en el aparador, relucientes y recién pulidas.
Vida de un escritor. Gay Talese