Como se las consideraba descarriadas, rebeldes, perdidas y locas eran ingresadas, muchas veces a petición de su propia familia, en organizaciones religiosas que trabajaban con el Patronato de Protección a la mujer, una institución pública que desde 1941 a 1985, repito 1985, se dedicó a “proteger y educar a las mujeres consideradas en riesgo moral”.
Y es que cualquier joven mayor de dieciséis años podía caer en esa red infinita solo con una denuncia procedente de su progenitor o de cualquier familiar o si había sido detenida por la policía.
Una denuncia real o falsa por prostitución, una fuga de casa, un embarazo, pero también por inadaptación familiar o simplemente por alguna conducta considerada inadecuada. ¿Cómo cuál? La negativa a entregar el sueldo íntegro en casa a sus padres.
Leo que aquel Patronato fue creado para “la dignificación moral de la mujer, especialmente de las jóvenes, para impedir su explotación y a apartarlas del vicio”, es decir para perseguir y castigar aquellos comportamiento contrarios a las normas morales de la época.
No es más que aquellas que se alejaban del estereotipo creado actuaran, por las buenas o por las malas, como esposas, madres y cristianas ejemplares. Y así nació un sistema basado en el abuso, las torturas, las violaciones de los derechos humanos y el robo de bebés con la falsa promesa de acabar con la prostitución clandestina de menores. En el fondo aquello era un sistema de control social centrado en el adoctrinamiento físico y mental de las ciudadanas. Y muchísimo más grave aún: que sobrevivió a la muerte del dictador.
En aquel grupo de descarriadas, que necesitaban “ser reconducidas” se situaban desde la mujeres que fumaban, a las que se manifestaban, las desobedientes, las que mendigaban, hijas de delincuentes y de madres solteras, mayoritariamente menores.
Mujeres, niñas en muchos casos, que aterrizaban en las grandes ciudades procedentes del campo para servir como internas en las casas de los vencedores a cambio de comida y techo, pero sin sueldo ni tampoco ningún tipo de libertad, al contrario, las controlarán y señalarán su conducta moral con una disciplina y un autoritarismo absurdo.
Y así nacían supuestos refugios para proteger a las mujeres, que no eran tales, como los colegios de las Adoratrices de Madrid, el Reformatorio María Goretti de Canillejas, la comunidad Oblatas del Santísimo Redentor de Carabanchel Alto, las Hermanas del Santísimo Redentor o las Hermanas Terciarias Capuchinas,
Personalmente la historia la he conocido porque hace unos días, las supervivientes de aquel Patronato de Protección a la Mujer no han aceptado el perdón de la Conferencia Española de Religiosos (CONFER) en un acto en el que han pedido que se sepa todo lo ocurrido y que actúe la justicia, “sin olvido ni perdón”.