Hasta hace una semana, no tenía ni idea de quién era Sebastián Wainraich, no tenía ninguna referencia sobre la serie ‘Casi feliz’ ni sabia que me iba a encantar. No sé por qué empatizo con ese personaje, que se mueve en la frontera del éxito y el fracaso, que triunfa cuando está cerca de un micrófono, presentando un programa de radio o haciendo monólogos, que sufre con su equipo de fútbol y que lidia, como puede con la vida.
Seguramente por todo ello me siento próximo a él. Seguramente por ese trabajo que le absorbe y le llena, que conecta y desconecta su vida, que le aparta de su familia y de sus amigos, y a la vez le sitúa en otra dimensión, imaginando siempre, intentado avanzarte al futuro, al mañana. No lo sé.
Y me emociona cuando Seba, que nació el mismo día que yo, pero diez años más tarde, habla de la nostalgia, como se culpa por no haber pasado más tiempo con sus hijos, los mellizos. La nostalgia es el peor antídoto contra la realidad, te destroza y te demuestra que el paso del tiempo, lo que fue y ya no será, es lo que nos marca para siempre.
En un monólogo final, explica a sus hijos qué es la nostalgia. Lo comparto aquí: