Es una de las 3.116 personas que este año se han dejado la vida en el Mediterráneo. La perdió en una noche en la que la lluvia no era tan fina ni calaba poco a poco, se le escapó sin querer, mientras sus lágrimas se diluían en la inmensidad del mar.
Aylan tenía tres años. Viajaba con su hermano Galip, de cinco, y con su madre Zeynep, que corrieron su misma suerte. Habían pagado mil dólares cada uno por una plaza en aquella embarcación que salió de la costa turca y debía llegar a Kos, después de 23 kilómetros de miedo.
Pero el mar fue el cementerio para esas vidas tan frágiles que buscaban una desesperada salida de la guerra, la hambruna, la intolerancia o el miedo. En 2017, 183.112 personas han buscado refugio en Europa, de ellas 171,802 han llegado desde el mar. En una sociedad civilizada, los derechos humanos apenas importan en las escalas de valores y todo es una huida hacia adelante, un sálvese-quien-pueda sin un ápice de humanidad.
Aylan es una de las 3.116 personas que aparecerán en la estadística negra, pero no en la vergonzosa cuota de repartos de inmigrantes que los políticos negocian y que sistemáticamente incumplen. O miramos hacia otro lado o nos involucramos para buscar soluciones cuando ya ha empezado el primer goteo de muertes en el Mediterráneo en este 2018.
Fuente OIM