cipreses

Ubi nihil vales, ibi nihil velis

Dicen que cinco kilómetros antes de llegar a Bolgheri, 2.450 cipreses te dan la bienvenida en una carretera imposible, esa que tantas veces recorrió Marco Carrera desde Florencia para encontrar su refugio en el mundo. Después de tantos años leyendo, pocas veces una novela me ha dejado tan huérfano y ‘El Colibrí’, de Sandro Veronesi es una de ellas.

La promocionan como «Una bellísima novela sobre el amor, la superación y el optimismo«, pero es mucho más, sobre todo en periodos como el que estamos viviendo en la actualidad. Es un canto a la resiliencia y a la vida, es la manera para entender que todo fluya, cómo canalizar los sentimientos y cómo sentirte bien.

La tarde es tibia y luminosa. El azahar de la China está en flor, como la buganvilla y los jazmines; el césped lo han cortado esa mañana y el perfume que resulta de esa combinación es embriagador. Luisa se separa de Giacomo y va a su encuentro. Marco la mira, dorada por el sol que empieza a declinar: ¿Cuántos años tiene? ¿Sesenta y cuatro? ¿Sesenta y tres? ¿Sesenta y cinco? No se ha retocado ni un milímetro de ese cuerpo y de ese rostro que Marco ha deseado tan ardientemente. Sigue estando guapísima.

Es una historia de encuentros y de despedidas, de momentos, de instantes que te marcan durante toda tu vida y que te atrapan sabiendo que no vas a poder hacer nada para desembarazarte de ellos, tal vez porque tampoco pretendes que ello ocurra. Es la historia de Marco, pero podría ser la tuya.

Hay seres que se pasan la vida afanándose por avanzar, conocer, conquistar, descubrir, mejorar, para al final darse cuenta de que no han hecho más que buscar la vibración que los arrojó al mundo: para éstos, el punto de partida y el de llegada coinciden. Y hay otros que, aunque estén quietos, recorren un camino largo y azaroso porque es el mundo el que se desliza bajo sus pies y acaban muy lejos de donde partieron: Marco Carrera era de estos. Ya estaba claro: su vida tenía sentido. No todas las vidas lo tenían, la suya lo tenía. Las dolorosas vicisitudes que la habían marcado tenían también sentido, nada le había ocurrido por casualidad.

El universo que construye Veronesi es tan potente porque sus personajes son excepcionales. Gracias a Daniele Carradori, a Luisa Lathes, a la relación de amor-odio que Marco Carrera mantiene con los psiconanalistas, y a esas cartas y correos no respondidos por su hermano Giacomo, Veronesi nos pone en el centro de una diana en la que lo importante es el movimiento para volver al punto de partida.

Ubi nihil vales, ibi nihil velis (Donde no puedas nada, no desees nada)

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