Existen grandes escritores, con una técnica depurada, que te trasladan a vidas que no son la tuya y otros que construyen universos, historias dentro de historias, realidad dentro de ficción, sin que realmente llegues a discernir la diferencia. En ese segundo nivel está Paul Auster, que ha fallecido este martes a los 77 años.
Auster jugaba reiteradamente con las pérdidas, que eran una constante en todas sus novelas. De hecho, en su última, ‘Baumgartner’ (escribí aquí una reseña al respecto) flirteaba sobre el final de la vida, sobre la necesidad de seguir luchando, de buscar motivaciones o de dejarse ir:
Es una historia conmovedora, una reflexión sobre la vejez, la memoria y sobre cómo recuperarse después de una gran pérdida, pero sobre todo es una historia que parece escrita para sí mismo, la que crea un escritor para no olvidarse de lo que fue, de su mundo: el de la literatura. Es un texto triste e introspectivo, con gotas de nostalgia.
Escribía seis horas al día, siete días a la semana, siempre con un bolígrafo, porque decía que los teclados siempre le intimidaban. “Un bolígrafo es un instrumento mucho más primitivo. Sientes que las palabras salen de tu cuerpo, y luego las clavas en la página. Escribir siempre ha tenido esa cualidad táctil para mí. Es una experiencia física«.
De esa manera llegó a escribir durante mucho tiempo un libro cada año. Hasta 34, si contamos obras cortas, novelas, autobiografías, guiones cinematográficos, relatos, ensayos o poemas.
Para entender la obra de Paul Auster, hay que bucear en su vida. Su nula relación con su padre – “No es que le cayera mal, era solo que parecía distraído, incapaz de mirar en la dirección en la que yo me encontraba”- , o cómo un regalo de una colección de seis libros de historias de Robert Louis Stevenson que le regaló su abuela le cambió para siempre.
Para comprender su universo, el de la pérdida, es fundamental la muerte en la primavera del 2022 de su hijo Daniel, con 44 años, a causa de una sobredosis de droga, once días después de ser acusado de la muerte de su hija de diez meses.
De Auster nos quedará su prosa, su universo, su imagen con un cigarrillo entre sus dedos para superar su timidez, y un texto que será eterno, ‘La Invención de la soledad”, que empieza así:
“Un día hay vida. Por ejemplo, un hombre de excelente salud, ni siquiera viejo, sin ninguna enfermedad previa. Todo es como era, como será siempre. Pasa un día y otro, ocupándose sólo de sus asuntos y soñando con la vida que le queda por delante. Y entonces, de repente, aparece la muerte. El hombre deja escapar un pequeño suspiro, se desploma en el sillón y muere. Sucede de una forma tan repentina que no hay lugar para la reflexión; la mente no tiene tiempo de encontrar una palabra de consuelo. No nos queda otra cosa, la irreductible certeza de nuestra mortalidad (…) Recibí la noticia de la muerte de mi padre hace tres semanas. Fue un domingo por la mañana mientras yo le preparaba el desayuno a Daniel, mi hijito (…)”.
Foto: Paul Auster by Daniel Mordzinski