Es un sinvivir no pensar ni disfrutar del momento, sino sufrir por lo que puede pasar y que casi nunca ocurre después.
Es abrir el ‘maps’ e imaginar que llegarás mucho más tarde de lo previsto a una cita, porque en ese caso la tecnología actúa como un acelerador de agobio, anticipándonos la angustia, aunque no sea real.
Vivir en el futuro es imaginar lo peor cuando te subes a un avión, cuando todo se puede solucionar haciéndote un par de preguntas: ¿Puedo controlar la escena? Y, en el peor de los casos ¿sabes pilotar un avión? Así que relájate y disfruta del vuelo, porque si no lo haces, te moverás en un terreno emocional que no controlas y la angustia irá en aumento.
Vivir en el futuro no es más que anticipar la ansiedad, pensar en lo que va a ocurrir, pero, sobre todo, pensar que todo va a salir no mal, sino muy mal. Es entrar en el bucle de preguntas: “¿Y sí…?”, que te puede llevar a una serie de razonamientos que en pequeñas dosis pueden resultar positivos, porque no es más que una respuesta involuntaria de anticipación de la mente.
Lo normal es anticipar lo que puede ocurrir, lo que no es tanto que es vivamos en el futuro, siempre adelantándonos a lo que va a venir. Eso es una manera de no vivir el presente y crea una gran incertidumbre, especialmente cuando nos invade el miedo y nuestra vida no es más que una continua huida hacia adelante.
Lo mejor no es intentar controlarlo todo, porque debes saber que nunca vas a controlar casi nada y cuando te vengan ideas catastróficas a tu mente, intentar ser racional. Pregúntate cuántas veces ha ocurrido lo que temes, qué base tienes para pensar qué puede ocurrir y en un caso extremo si llega a ocurrir, qué opciones tengo de afrontar la situación.