Para alguien que escribe, en cualquier momento puede encontrar la inspiración necesaria. A veces es una frase, otra una canción y también una foto, como reconoce Almudena Grandes, que decidió bucear en la historia de Clarita Stauffer a raíz de una instantánea de ésta sosteniendo un trofeo como ganadora de una carrera de natación, para escribir «Los pacientes del doctor García» (muy recomendable por cierto).
En todo caso, lo fundamental es contar historias que importen, en las que el lector se sienta interrogado o identificado, porque como dice Joel Dicker, en El enigma de la Habitación 622:
La vida es una novela que ya sabemos cómo termina: al final el protagonista muere. Así que lo más importante no es cómo acaba nuestra historia, sino cómo vamos a llenar las páginas. Pues la vida, igual que una novela, tiene que ser una aventura.
La trascendencia de una obra no está, en la mayoría de ocasiones, en conseguir un final redondo, sino en como reseguir con tiza el camino de las páginas que transcurre hasta conseguir que todo fluya, porque de qué otra manera cómo alguien pudiera continuar leyendo «Crónica de una muerte anunciada» después de que a los diez segundos de iniciada la historia Gabriel García Márquez nos descuartice el final:
«El día en que lo iban a matar, Santiago Nasar se levantó a las 5.30 de la mañana para esperar el buque en que llegaba el obispo»
Todo esto viene a cuenta para explicar el síndrome de la pantalla en blanco cuando empiezas a crear un texto. En mi caso, es un proyecto que iniciamos desde 2017 junto con Alberto Martínez, y que se encalló debido a un fundido en negro que sufrí en marzo de 2018.
Desde que he conseguido desbrozar ideas en mi cabeza y el papel ha empezado a llenarse de caracteres, me siento con las energías suficientes para contar una fascinante historia con final conocido, pero con muchas marcas de tiza por el camino. Empecemos:
Ojos de pez
La foto es una saturación de una original de Ben Ostrower