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Un mundo sin filtros

Dibuja compulsivamente, mira vídeos en su móvil de la misma manera. Pinta e imagina, cuenta los pasos, su mirada anda perdida y, aunque parece no seguirte la conversación, te sorprende con una respuesta inesperada en la que no solo te demuestra que sabía de lo que le estaban hablando, sino que va un poco más allá.

Mantiene la distancia, no le gusta nada que le toques, solo interactúa cuando le apetece y se refugia siempre en su mundo, el de los autos y los móviles, el de los dibujos, el que imagina mientras va en bici, con ese semblante triste, pero que no lo es. Recuerda: sabe de lo que le están hablando, va siempre más allá en la conversación, aunque tú creas que tiene su punto de mira en otra cosa.

Los que le rodean comprenden que no pueda entender bien las emociones, no les llama ya la atención su inexpresivo semblante, que no comprenda las bromas, las expresiones con doble sentido. No les sorprende su tono de voz plano ni esa obsesión por el orden y los números: uno, dos, tres…. 45, una y otra vez, mientras memoriza nombres, de pintores, de diseñadores, de pilotos de F1 o de motores, mientras ordena la batería de piezas de lego por tamaños y por colores. Da igual.

En ocasiones no captan los sentimientos de terceros, tampoco sus puntos de vista; otras se molestan cuando se rodean de personas que hablan en un tono de voz elevado.

La primera vez que fui consciente del asunto fue leyendo: “El curioso incidente del perro a medianoche”; la última fue anoche, visionando con Lucy: “Goyo”, una maravilla de película argentina:

¿Vos alguna vez saliste con un tipo que no sabe mentir? Que te dice lo que piensa, que es educado, inteligentísimo, que es incapaz de hacerte algo malo y que aparte de todo es lindo?

Jamás de los jamases.

Goyo

La foto es de Patrick Tomasso

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