Hace unos días, intentando liberar espacio de mi Surface, descubrí una carpeta oculta en el escritorio de la tablet. No solo estaba oculta, también estaba protegida. De seguida supe de qué se trataba.
Tomé aire, conecté el bluetooth para los auriculares y ya sabía lo que me esperaba. El clic me llevó hasta el pasado. Había mensajes de texto, imágenes y lo más preciado: unos audios con su voz.
El último chat de ‘whatsapp’ es del 15 de marzo de 2018. En aquella conversación nos despedíamos hasta las nueve de la mañana del día siguiente, momento en el que le pasé a recoger por casa…
Después de tantas idas y venidas, ya soy capaz de escribir sin que el corazón se me encoja. No ha sido sencillo, en la causa han colaborado unos cuantos terapeutas, cientos de horas en el diván y muchos blísters de ansiolíticos. Todo para comprender que no tengo que perdonarme más, que se trata de vivir, pero, lo más importante: de rodearte de los que te hacen sentir bien.
Y tú, amigo Euse, eras de esos y con lo que íbamos a vivir este 2025, mi rabia es infinita por no tenerte a mi lado. En estos últimos meses hubiéramos compartido la sensación de círculo cerrado, de misión cumplida, de pensar en lo que viene, de felicidad…, porque así tendría que haber sido nuestro año, que hubiera sido inigualable para ti, para tu familia y también para la mía.
De nuevo el destino nos habría puesto en el mismo momento, pero en esta ocasión para sentir la plenitud, con el nacimiento de Greta, que será tu primera nieta, y de Inés, que será la primera nuestra.
Otra curiosa conexión, Alba, Aina, Greta, Inés … La misma que se creó para que tú y yo nos conociéramos y compartiéramos momentos. Todo va muy deprisa, amic. Me hubiera encantado seguir compartiendo este contigo. Mai t’oblidaré.
Cada 16 de marzo desde 2018, menos en 2022, he dedicado un texto a mi amigo Euse. Todos conocéis la historia, pero os comparto los textos por si os apetece repasarlos:
El peor momento del Carpe Diem (18): Nos quedamos con los recuerdos, con lo compartido, con lo que nadie podrá arrebatarnos. Nos quedamos huérfanos de tu risa y de tu compañía.
Un año después (19): Entendí que fui tu última imagen y, aunque al principio me atormentó la idea de que mi esfuerzo fue en vano, ahora veo que estuve allí cuando más lo necesitabas. El tiempo, que no cura pero ayuda a aceptar, me ha enseñado a convertir la culpa en memoria, la tristeza en gratitud.
Soltando el aire juntos (20): Abrí tus cajas de libros, y cada página amarillenta me devolvió nuestras conversaciones, nuestros debates sobre Zweig, Kapuscinsky, Cortázar. Entre las hojas, notas manuscritas, recetas de cocina, billetes de tren, rastros de una vida. He decidido compartir tus libros, llevarlos a otros rincones, como si así extendiera un poco más tu presencia.
I miss you, we miss you (21): De cuanto la pandemia nos sumergió en una pesadilla, un thriller distópico donde nos convertimos en extraños, donde aprendimos nuevos miedos. En todo ese caos, también aprendí a encontrar días soleados en medio de la tormenta.
En 60 muescas (22), te felicité por el que tendría que haber sido tu 60 cumpleaños: El poder curativo de las palabras y la publicación de un libro, de ese que tantas veces habíamos hablado, me han dado tantas bolas extras, que me siento muy bien, mejor que nunca, estable mental y físicamente. Todo fluye y seguro que algo tienes que ver.
En Cinco años después (23): Me atreví a recrear aquella mañana. Ya sabéis, todo es terapia.
Seguimos siendo impares (24): El año pasado te hablaba de Ana, de Luca y de Vera. Seguía haciéndome demasiadas preguntas, pero había encontrado una respuesta: «Quizá la muerte existe porque es la única manera de saber de forma exacta cuánto querías de verdad a alguien»