Nos hemos visto aquí y allá, en muchas partes del mundo; y es una suerte tenerla tan cerca, pese a la distancia. Cada vez que pienso en Natalia me viene a la cabeza un viaje. Verano de 1998.
Apareció, con aquel SEAT que nos prestaron, en la puerta de casa y al día siguiente cogimos carretera y paciencia hacia Cagnes-sur-Mer. Era mi segundo Mundial, no sé si se estrenaba ella, pero da igual. Debutó a lo grande, disfrutamos muchísimo aquellos días en Cagnes-sur-Mer, aquellas horas de trabajo en el antiguo Stade du Ray, sede de la Federación alemana de fútbol.
A Natalia Arriaga le encargaron cubrir las informaciones de la selección alemana; a mí las de la selección holandesa. Estábamos instalados en la Riviera francesa, mi centro de trabajo estaba en Roquebrune-Cap-Martin, el suyo en Niza; y cada cierto tiempo viajábamos hasta Marsella para cubrir todos los partidos que se jugaban allí. What’s else?
Aquellas semanas sirvieron para entrar en contacto con una persona empática, magnífica periodista, pero aún mucho mejor como persona. Nos complementamos muy bien y de vez en cuando podíamos desconectar con algún paseíto por el Paseo de los ingleses de Niza o por el Puerto viejo de Marsella.
Entre muchos teletipos y muchas horas de conversación, compartiendo horas al volante, descubriendo la maravilla que es Vence y malacostumbrándonos a los vinos de la zona; me di cuenta que lo mejor que podía llevarme de aquella experiencia no era solo el trabajo periodístico, sino su amistad. Y acerté.
Y así hasta hoy. Confidencias a 600 kilómetros, algún que otro viaje a Madrid para compartir mesón y mantel con Carlos como cuando fui a recoger aquel premio periodístico que me dio la Federación Española de Natación; algún que otro de ella a Barcelona, pero sobre todo aquellos maravillosos días en Cantabria, descubriendo el encanto de Limpias y la vida en Santoña.
Ahí ha estado siempre. Como también cuando le conté lo de aquella puta mañana de marzo del 2018. Con Natalia vivimos los mejores días del periodismo, estábamos en el lugar y en el medio adecuado, aun recuerdo aquella experiencia en Marsella, con la batalla campal que montaron ingleses y tunecinos y ahí estuvimos para escribirlo.
Natalia me descubrió a tantos escritores, que no sé con cuál me quedaría, pero me encantó aquel divertídisimo Jaime Baily de «Los últimos días de la Prensa», o la última maravilla de Leonardo Padura: «Como polvo en el viento», por eso ha sido fácil encontrar el libro que Euse le hubiera regalado.
Julio Cortázar es mi escritor favorito y uno de los cabecera de mi amigo. Seguro que a Natalia le encantará lucir este ejemplar de «Último round» en su biblioteca.
Nos volveremos a encontrar. Eso seguro.
Intercambiaremos palabras blandas, miradas esquivas, nos contaremos cosas, vestiremos de principios nuestros caminos y un rato después nos despediremos sabiendo que hay historias que es preferible terminarlas antes de que acaben contigo.
Lo malo es que de eso nos dimos cuenta tarde, cuando ya ardía la habitación, en el último round, cuando el amor propio ya era un desguace.
Último round. Julio Cortázar
Esta es la novena entrega de libros de #labibliotecadeEuse
Capítulo 1: Incerta Glòria de Víctor Sancho
Capítulo 2: Un Kapuscinski para los Croif
Capítulo 3: Un Zweig para Anna
Capítulo 4: La influencia del guionista
Capítulo 5: Nacho siempre en mi equipo
Capítulo 6: Los tiros duros como JC nunca bailan
Capítulo 7: Novocaine for my Own
Capítulo 8: Del Valle, el capitán de mi equipo